Nueva York, 12 de diciembre de 1994
Gracias, Señor Embajador.
Señoras y Señores:
El pasado 12 de septiembre, en una elección general, los Quebequenses se trazaron una nueva ruta. Desde entonces han transcurrido tres meses muy fructuosos. Se han propuesto, para que todos las consideren y discutan, importantes decisiones sobre asuntos legislativos, estrategia económica y proceso político. El objeto de mi encuentro de hoy con ustedes es darles algunas ideas sobre esta nueva ruta.
Algunos de ustedes me conocen desde hace muchos años. Algunos de ustedes han tratado con el Parti Québécois desde hace ya algún tiempo. Y a pesar de que no siempre estemos de acuerdo, se puede decir con justicia que cuando hacemos negocios no jugamos a las adivinanzas. Decimos lo que pensamos y pensamos lo que decimos.
Al tomar el poder, una de nuestras mayores preocupaciones fue, y sigue siendo, la situación de la economía de Quebec. Como ustedes tal vez lo saben, yo fui Ministro de Hacienda durante ocho años. Como Primer Ministro, escogí al Señor Jean Campeau como Ministro de Hacienda. El está aquí con nosotros hoy. Durante 10 años, él fue Presidente de la Caisse de dépot et placement du Québec.
Desde un punto de vista optimista, estamos contentos, si no entusiasmados, con el presente repunte de la economía de Quebec. Quebec está saliendo lentamente de la última recesión con una creciente productividad. Nuestras exportaciones han tenido la ayuda del valor actual de nuestra moneda y, claro está, del vigor constante de nuestro principal cliente extranjero, a saber, ustedes.
Como ustedes lo saben, Quebec es el octavo más importante socio comercial de los Estados Unidos. Nuestros intercambios comerciales con ustedes equivalen al 40 por ciento del comercio total entre los Estados Unidos y México. Equivalen a dos veces y media el comercio que ustedes tienen con el Brasil y a ocho veces los intercambios comerciales con el próximo miembro del NAFTA, Chile. Estamos hablando de un comercio de 40 mil millones de dólares canadienses. Obviamente, cuando las cosas van bien aquí, para nosotros van mejores. Y especialmente aquí en el Noreste, cuando las cosas van bien para nosotros, ustedes se sienten mejor.
Este año nuestras exportaciones han crecido en un 20 por ciento, y ya habían crecido el año pasado en casi un 25 por ciento. Las ganancias aumentaron en un 41 por ciento durante el primer semestre y los planes de inversión están al fin aumentando.
Economistas del sector privado estiman que nuestro crecimiento alcanzará este año 3.9 por ciento, más de lo que se esperaba, y las previsiones para el año próximo son de un vigoroso 3.4 por ciento.
Este crecimiento ha estimulado un lento regreso de la costumbre de gastar de los consumidores, que ha aumentado en cerca de 7 por ciento en los primeros nueve meses de este año en relación con el año pasado. El impacto en la creación de empleos ha sido mucho menor de lo que esperábamos; sin embargo, ha aumentado en 2.3 por ciento.
Lo que sí es notable es la nueva variedad de nuestras exportaciones. Nuestra exportación más importante lo constituye el equipo de telecomunicaciones seguido por los automóviles. Los aviones y los repuestos para aviones siguen de cerca. Me acuerdo de una época en que la mayor parte de las exportaciones de Quebec eran las materias primas. Ahora, de nuestras diez más importantes exportaciones a los Estados Unidos, solamente dos son materias primas.
Montreal es ahora un centro importante para las industrias farmacéuticas, aeroespaciales, de telecomunicaciones y de software. Todo esto se ha añadido a nuestra presencia ya importante en equipos de transporte, ingeniería, aluminio, hidroelectricidad, pasta y papel, y otros. Así, pues, mi confianza es grande en nuestra capacidad para construir sobre esta base sólida y muy variada.
Como ya lo indiqué, éste es el aspecto optimista. Y a pesar de que nuestra economía está saliendo lentamente de la recesión, nuestras finanzas públicas son todavía inestables a causa de su impacto.
Yo sé que en el pasado, algunos de mis predecesores los inundaron con pronósticos halagüeños de proyecciones presupuestales. A mí no me gustan esos juegos y les voy a hablar francamente. Creemos que para crear la confianza no hay nada mejor que la verdad.
Al principio de este año, en el discurso sobre el presupuesto, el gobierno anterior de Quebec previó un déficit de 4 mil cuatro cientos millones de dólares canadienses para el presente año fiscal. Yo no lo creí. En los últimos cuatro años el déficit real siempre fue mucho más alto que el previsto. Este año no hace excepción.
En cuanto a los gastos, nos hemos compremetido resueltamente en una vía que debe asegurar que los gastos programados, como un todo, deben corresponder exactamente a lo que se anunció en el discurso sobre el presupuesto. Luego, el año próximo, los gastos serán congelados al nivel de este año. Esto nunca se hizo antes.
En cuanto a los ingresos también se imponen cambios. En realidad, la falta de ingresos representa la mayor parte del aumento del déficit.
Yo pedí a los Departamentos de Hacienda, de la Renta, de la Justicia y de la Seguridad Pública que trabajen juntos para poner fin a la deterioración de la capacidad de recaudar rentas que se ha instalado en los últimos años.
En este sentido, a pesar de los presentes resultados financieros, no veo razón para renunciar a mi objetivo de dejar de prestar para pagar los gastos corrientes en 1997. Déficits más altos no harán parte de nuestra herencia. Y estamos resueltos a poner orden en nuestro sector económico para hacer frente a los retos que estamos ofreciendo a los Quebequenses.
Las 450 y más sociedades americanas que tienen instalaciones manufactureras en Quebec ya saben que la tasa de impuestos sobre las sociedades es la más baja en el Canadá. Nuestros impuestos sobre la electricidad son unos de los más bajos en América del Norte. Por otra parte, acabamos de lanzar dos iniciativas mayores: una para hacer de la formación de la mano de obra un derecho tan importante como el derecho a la educación; otra para coordinar los programas de negocios ofrecidos por el Gobierno de Quebec, de tal manera que sea más fácil y más rápido para los empresarios y los inversionistas encontrar la asistencia necesaria.
Durante años, muchos políticos quebequenses les han dicho a ustedes que Quebec está abierto para el comercio. Esto es totalmente verdadero. Verdadero cuando los Liberales están en el poder y verdadero cuando el Parti Québécois está en el poder. La palabra clave es "abierto". Nosotros, en Quebec, formamos la comunidad que más constantemente hemos propuesto y promovido el libre comercio en este continente. Sin Quebec, no hubiera habido mayoría en el Canadá para el tratado de libre comercio entre el Canadá y los Estados Unidos. Sin Quebec, no hubiera habido suficiente apoyo para que el Canadá entrara al NAFTA. El movimiento por la soberanía siempre ha estado a la vanguardia del movimiento por el libre comercio, y lo está todavía. Nuestro parlamento será el primero, entre las provincias, en pasar la legislación necesaria para poner en efecto las partes del Tratado de libre comercio que dependen de la jurisdicción provincial. También tendremos un voto a favor del último acuerdo del GATT.
Evidentemente, consideramos como una magnífica noticia el acuerdo logrado el sábado en Miami en la Cumbre de las Américas. Como ustedes lo saben, el Presidente Bill Clinton, el Primer Ministro Jean Chrétien y otros 31 líderes adoptaron una proposición para completar el libre comercio hemisférico dentro de diez años: desde la Alaska y Quebec hasta la Tierra del Fuego, una inmensa zona de libre comercio. Según funcionarios de los Estados Unidos, este nuevo acuerdo podría tener la misma estructura que el NAFTA.
También estamos trabajando para abolir las barreras comerciales entre las provincias canadienses. El mes pasado encontré al Primer Ministro del Ontario, Bob Rae, en Toronto. Para decir verdad, él no se mostró muy entusiasmado con algunos de mis planes políticos. Pero cuando abordé el tema de ensanchar el alcance de los acuerdos de reciprocidad a nuevos campos de gestión gubernamental, gané su atención. El miércoles pasado, anunciamos que íbamos a continuar vigorosamente las actuales conversaciones canadienses para reducir otras barreras interprovinciales.
Quebec ha firmado y ahora administra más de setenta acuerdos con estados o regiones de los Estados Unidos. Además desde que estamos en el poder, yo he firmado dos acuerdos con gobernadores provinciales de la China, y el mes entrante, reanudaré la costumbre de encuentros anuales entre los jefes de gobierno de Francia y de Quebec.
Insisto en estas cosas para recalcar que nosotros no solamente estamos "abiertos para el comercio", sino que queremos decir comercio cuando decimos que estamos abiertos.
Cuando uno tiene una economía fuerte; cuando uno exporta cuarenta por ciento de todo lo que produce; cuando uno tiene una mano de obra suficientemente especializada para obtener encargos de calidad mundial para plantas locales de GM y de IBM; cuando uno tiene una población adulta bien educada que es la más bilingüe en la América del Norte y que ha desarrollado estrechos vínculos con las culturas americana y europea; cuando sus Metro, aviones, canciones, piezas de teatro, circo y cine son parte del tejido de la vida internacional...uno no tiene el gusto de encerrarse. Uno no tiene el gusto de cerrar las puertas.
Al contrario, uno quiere abrirlas de par en par. Uno quiere salir y ser uno mismo, hablar por si mismo, negociar por si mismo, directamente, sin intermediario.
En un artículo reciente en la revista Business Week, el premio Nobel americano de economía, Gary Becker, utilizó el ejemplo de Quebec para opinar que esta clase de nacionalismo está "simplemente en la cima de la ola de los intercambios comerciales internacionales que caracterizan a los forjadores de nuevas naciones".
Lo que es verdad; pero si el comercio internacional permite ahora a naciones más pequeñas prosperar en grandes mercados, no es porque hagamos comercio que queremos ser soberanos. Si así fuera, California o Alberta podrían seguir el movimiento. No. Hay mucho más: identidad, deseo de un sentido más definido de personalidad en un mundo que es cada más impersonal. El escritor francés Paul Claudel dijo alguna vez: "Lo mejor que alguien puede dar al mundo es su propia personalidad".
Una idea resonó a algunas cuadras de aquí a través de los corredores de las Naciones Unidas en donde docenas de nuevos estados ingresaron a la comunidad de naciones en las últimas décadas.
Cuando vino a Montreal hace unos dos años, el Secretario General de las Naciones Unidas, el Señor Boutros Boutros-Ghali, dijo algo muy importante que, me parece, se aplica a Quebec: "una sana globalización de la vida moderna", dijo, "presupone identidades sólidas. Un mundo en orden," añadió, "es un mundo de naciones independientes, abiertas a las demás en el respeto de sus diferencias y de sus semejanzas. Es lo que yo llamo la lógica fructuosa de nacionalidades y universalidad".
Ahora bien, yo no creo que ninguno que haya pasado más de un día en Quebec pueda decir que el pueblo que vive al interior de sus fronteras no sea un pueblo sano. Una gran mayoría de quebequenses se identifica primero y principalmente con el gobierno de Quebec y cree muy firmemente que la mayoría de sus asuntos debería ser tratada por lo que ellos consideran como su gobierno nacional. Por lo que acertadamente se llama su "Asamblea Nacional".
Durante más de treinta años, gobiernos sucesivos de Quebec han procurado hacer entender al Canadá que hay que encontrar cierta adaptación a la realidad nacional de Quebec dentro de la estructura canadiense. "Dénos un poco de espacio" ha sido el mensaje. A lo largo de los años, esto se ha llamado "condición especial", "dos naciones", la "sociedad distinta", "federalimo asimétrico"...Quebec propuso algo. Uno de los hombres más consagrados de la política canadiense, Joe Clark, explicó que él ensayó una vez vender el concepto de asimetría pero no logró encontrar un solo líder de partido provincial, en ninguna parte del Canadá, que lo apoyara. Eso fue hace dos años.
Consecuentemente hasta hoy, el Canadá no reconoce la existencia de Quebec como una nación, un pueblo, una sociedad distinta ni siquiera como una provincia en alguna forma asimétrica. Al contrario, hay un consenso cada más fuerte en el Canadá de que cada provincia, inclusive Quebec, debe ser tratada como si todas fueran iguales: solamente una nación en el Canadá.
No fue ése el acuerdo al cual adhirieron los Quebequenses cuando entraron a la confederación canadiense. Yo creo saber qué piensan los Americanos de su constitución. Aquí, la gente "adopta la Quinta Enmienda", "defiende la Primera" y "apoya la Cuarta" como si la constitución fuera una segunda piel. Ya hace más de 12 años que la constitución Canadiense fue rehecha sin el consentimiento de Quebec. Ninguno de los cuatro Primeros Ministros que han dirigido a Quebec desde entonces ha querido ratificar esos documentos.
El antiguo Primer Ministro de Canadá Brian Mulroney, un Quebequense, hizo alguna vez esta comparación: "Sería" dijo él, "como si (el Presidente Americano) revisara la constitución de los Estados Unidos y esto fuera aprobado por los gobernadores de todos los estados excepto Nueva York, California, Texas e Illinois". Es una imagen fuerte, ya lo creo. Pero fue lo que sucedió. Dos tentativas para reparar ese error han fracasado. El gran sentimiento nacional que ha madurado en el Canadá Inglés durante los últimos 20 años choca ahora diariamente con el sentimiento nacional que se encuentra profundamente incrustado en el corazón de la vida de Quebec.
¿Qué podrían o deberían hacer los Americanos acerca de esto? Nada. Absolutamente nada.
El antiguo Presidente George Bush dijo alguna vez que los Estados Unidos deberían "valientemente permanecer neutrales" acerca del problema de Quebec. Yo sé que a veces hay que tener valor para permanecer neutral y no implicarse. Pero éste es un caso en que ni los Canadienses ni los Quebequenses considerarían grata una implicación Americana.
Creo que un editorial del Washington Post resumió este asunto muy bien cuando dijo: "La mayoría de los Americanos mira probablemente este proceso con cierto pesar, porque este país está fuertemente en favor de la unidad (Canadiense). Pero la política Americana debe permanecer completamente neutral. Como en algunos matrimonios, las controversias que durante años no han encontrado solución pueden justificar el divorcio, y nadie fuera de la familia puede hacer ese juicio".
Entendemos perfectamente que los Americanos en general, y el gobierno de los Estados Unidos en particular, durante años, hayan tenido buenas relaciones con el gobierno Canadiense. Como Quebequenses, nos gustaría que se nos reconozca nuestra parte en estas buenas relaciones. Los dos Primeros Ministros Canadienses que promovieron el libre comercio con los Estados Unidos en este siglo ambos eran de Quebec. El primero fue Wilfrid Laurier y el segundo, Brian Mulroney.
Hay muchas iniciativas Canadienses que nosotros apoyamos y que, como país soberano, seguiremos apoyando: por ejemplo, una nueva iniciativa de libre comercio con Israel. Tenemos una comunidad Judía dinámica en Montreal que podría aprovechar de tal apertura, y ya algunos de nuestros productores agrícolas están interesados en unir sus esfuerzos con Israel. De la misma manera, nuestro apoyo para conservar la tradición Canadiense de mantenimiento de la paz ha sido manifestado repetidamente, especialmente en el Parlamento por nuestros amigos del Bloc Quebécois soberanista, que forma la Oposición oficial en Ottawa. Desde nuestra elección en Quebec hemos hecho lo que hemos podido para convencer a Ottawa de revisar su decisión de cerrar el único colegio militar que existe en Quebec y que goza de una gran reputación. Algún progreso hemos hecho en los últimos días.
Y permítaseme ser claro: nosotros no tenemos cuentas pendientes ni con el Canadá ni con los Canadienses. Les deseamos suerte. Nos parece que seríamos mejores socios como vecinos más bien que como una pareja en discordia. Y no queremos que nuestro debate interno en alguna forma disminuya la calidad de la presente relación entre Washington y Ottawa. En realidad queremos, como país soberano, conservar buenas relaciones con ambos. Como lo dije a un gran auditorio en Toronto el mes pasado, queremos ser vecinos para siempre.
Cuando los Quebequenses nos eligieron el 12 de septiembre pasado, nosotros, y nuestros opositores Liberales, les dijimos que habíamos pensado preparar y ofrecerles la soberanía en un referéndum que íbamos a tener el próximo año. Nuestro programa preveía una declaración, una consulta y un referéndum sobre la soberanía.
El último jueves indicamos la manera como esto se haría. Propusimos un plan en forma de un anteproyecto de ley que los Quebequenses deberán primero discutir y corregir, luego adoptar o rechazar en un referéndum.
El anteproyecto de ley explica lo que es la soberanía: nuestra capacidad para dictar todas nuestras leyes, administrar todos nuestros impuestos, firmar todos nuestros tratados. Establece nuestra voluntad de asegurar la continuidad de las leyes, permisos y reglamentos durante el período de transición. Asegura que los ciudadanos Ingleses tendrán más protección constitucional en un Quebec soberano que la que tienen los ciudadanos Franceses del Canadá hoy en día. Prevé el derecho de autogobierno a los 60,000 Quebequenses Autóctonos que reconocemos como naciones distintas dentro de Quebec. Y anuncia una regionalización de recursos y responsabilidades.
También contiene la pregunta que les vamos a proponer a los Quebequenses en el referéndum. Se lee como sigue: "¿Está usted a favor de la Ley adoptada por la Asamblea Nacional que declara la soberanía de Quebec? Sí o No".
El único elemento clave que queda por determinar es la fecha exacta, que nosotros mismos todavía no hemos determinado. Puede ser en la primavera o en el otoño. Será en 1995.
Y si es verdad que nuestra historia es la de una pareja que tiene problemas irreconciliables y que entabla pleito de divorcio, es evidente que debemos hacernos cargo conjuntamente de la custodia de dos de nuestros niños: uno es la deuda federal y el otro, el dólar canadiense.
En cuanto a la deuda, no vamos a negar nuestra responsabilidad en cargar con nuestra parte de fardo. El anteproyecto de ley prevé un período de un año completo después del referéndum antes de que la completa soberanía entre en efecto. Durante este período, deberán establecerce medidas interinas entre el Canadá y Quebec con respecto a la deuda y a los haberes, mientras se negocia un arreglo definitivo a estos problemas.
En cuanto a la moneda, los Quebequenses poseen cerca de 110 mil millones de dólares en moneda canadiense. Son los cofundadores y coproprietarios del dólar canadiense. Y como lo indican el Instituto CD Howe de Toronto y muchos otros economistas, no solamente no hay nada que pueda impedir a Quebec usar el dólar, sino que es del mayor interés del Canadá que la moneda permanezca la misma. Claro está, existe el argumento a menudo repetido de nuestro papel en la política monetaria. Quisiéramos tener uno. Pero como están las cosas ahora, durante décadas no hemos podido intervenir en la política monetaria del Canadá. Por lo tanto, ¿Qué más hay de nuevo?.
Sé que ustedes tienen muchas preguntas y quisiera dejarles tiempo suficiente para hacerlas. Por lo tanto, permítanme dejarlos con un pensamiento:
El problema de Quebec ha estado atormentando la política Canadiense durante décadas. En él se han invertido y malgastado tremendas cantidades de tiempo, energía y dinero, un debate sin fin que no ha sido capaz de producir una solución viable dentro de la estructura Canadiense. Esto es improductivo, fastidioso, y no parece tener fin. Me parece que es tiempo de ensayar otra táctica. Me parece que es tiempo de dejar de esquivar el verdadero problema. Me parece que el mejor camino de salir de esta crisis es ir hasta el final.
Muchas gracias.